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Editorial NREspanholIdiomas pelo mundo

Carta abierta a los profesores y profesoras ELE

Es un verdadero honor para mí poder compartir con todos vosotros un premio que me han concedido recientemente y que siento, sinceramente, que es un premio compartido con todos vosotros por tantos años de contacto, de esfuerzos en la enseñanza ELE y por tantos encuentros juntos. 

Este enero se ha celebrado el tercer congreso de Málaga Education Week. Las jornadas estaban organizadas y destinadas a las escuelas y centros de español de Málaga (España) y, en ellas, el comité organizativo y el alcalde de la ciudad decidieron entregarme el Primer premio ELE a la mejor trayectoria profesional. Un honor que, seguramente inmerecido, agradezco y quiero compartirlo con todos vosotros, pues mi trayectoria profesional siempre se ha desarrollado en contacto con vosotros. 

Me licencié en Filología hispánica en 1986. Dos años antes, casi por casualidad, como suele ocurrir cuando se presenta una oportunidad inesperada, entré a formar parte, a través de la escuela TANDEM Madrid, de un reducido grupo de aprendientes a profesores que entonces conocimos las siglas ELE y una nueva visión de la enseñanza (que no un método) que defendía que el papel del profesorado no era enseñar sino modular los pasos que los alumnos tienen que dar para ser ellos, protagonistas de su aprendizaje, quienes aprenden a aprender a comunicar en español. 

Fue entonces, en 1984, cuando empecé a dar mis primeras clases, a cometer errores docentes y a tomar conciencia de esos errores, y, sobre todo, a reflexionar sobre qué es y cómo se aprender una lengua. Hoy me viene a la memoria mi primera clase ELE. No estaba nervioso, estaba aterrado. Era un grupo avanzado, decíamos entonces, hoy diríamos B2. Encontré un texto precioso en el periódico y pensé fotocopiárselo y repartírselo, leerlo yo en voz alta al tiempo que ellos seguían la lectura en silencio; pedirles después que, por turnos, cada uno leyera un fragmento y, a continuación, que subrayaran todas las palabras que no conocían. Fui incapaz de leerlo, me temblaba el cuerpo, no me salía la voz y en mi puño no paraba de mover un trozo de tiza, era la época de las tizas, las pizarras verdes y los casetes de audio. Y me equivoqué. Me equivoqué porque no pensaba en lo que estaba haciendo en aquella clase. Sé por qué di esa clase así, por pura inercia, por pura costumbre, por pura repetición de hábitos. Siempre se ha hecho así, me decía. Pero no me había cuestionado el para qué, para qué les pedía esas acciones.

Aprendí la necesidad de proporcionarles a mis estudiantes un programa, una secuencia y una herramienta de aprendizaje que nos ayudara en ese fantástico viaje compartido que es aprender (…) 

Fueron una serie de errores y equivocaciones, y el cuestionar los porqués y los para qué lo que nos llevaron a darnos cuenta de que nuestros estudiantes demandaban algo de nosotros que ni ellos sabían definir ni yo había sabido satisfacer plenamente. Descubrí que lo importante en una clase no es que el profesor haga cosas, sino que los alumnos entiendan, comprendan, interactúen y así aprendan; que un error es solo eso, un error, y que me faltaba tanto por aprender. Lo tenía fácil, solo tenía que seguir los pasos de mi abuelo. Samuel Gili Gaya decía de sí mismo que él no era profesor, que él era maestro, porque el objetivo del maestro no es enseñar sino ayudar a sus alumnos a aprender.

Al tiempo que me licenciaba en la universidad, la Comisión Europea dio a conocer un documento, el Nivel Umbral, que significó un cambio oficial en la concepción de los syllabi y programas curriculares. Fue una época de enorme actividad investigadora y docente, de largas charlas y discusiones con compañeros de profesión, y de algunos (muy pocos) congresos y jornadas didácticas. Fui, como muchos de vosotros, profesor ELE, animador cultural, coordinador didáctico, jefe de estudios, director del departamento de español… eterno aprendiente a maestro. 

Me subí al carro de quienes reflexionaban sobre qué significa centrar la enseñanza en los alumnos, de quienes buscaban respuesta a qué se entiende realmente por la enseñanza significativa o a definir qué es la competencia comunicativa y cómo se adquiere. En ese torbellino de ideas, me di cuenta de que no existe el libro perfecto y de que todos los libros tienen algo bueno, y me dediqué al pirataje didáctico: en el centro donde daba clases entonces había una fantástica fotocopiadora. Yo seleccionaba artículos de periódicos y textos que se adecuaban a mis clases perfectamente; seleccioné, recorté y compuse ejercicios personalizados para mis alumnos, fotocopié cuadros de gramática y tablas de léxico… Honestamente, hice una enseñanza que se adaptaba a lo que quería y creía que debía hacer y que pensaba que se ajustaba a mis alumnos como un guante… 

Pero me equivocaba otra vez. Para mis estudiantes el modelo de enseñanza que yo llevaba a las aulas no era tan satisfactoria como yo creía. Para ellos el aprendizaje de español se convirtió en una especie de magma de reglas, ejercicios, textos y fotocopias; fotocopias en las que, solo a veces, el alumno más ordenado escribía en la parte superior derecha la fecha, fotocopias que se metían en una carpeta y carpeta que se caía al suelo y que se desordenaba… Sí, me equivoqué otra vez, porque con esa forma de trabajo conseguí dos cosas que hoy sé, a ciencia cierta, que son contraproducentes: no estaba estimulando la autonomía de aprendizaje. Mis alumnos no sabían cuál era en punto de partida y hacia donde íbamos y, por tanto, primer nuevo error, no podían tomar ningún tipo de decisión didáctica y, en consecuencia, segundo error, toda la responsabilidad del aprendizaje recaía sobre mis hombros. 

Aprendí la necesidad de proporcionarles a mis estudiantes un programa, una secuencia y una herramienta de aprendizaje que nos ayudara en ese fantástico viaje compartido que es aprender, me di cuenta que yo no era más listo que quienes habían escrito los libros y descubrí lo mucho que se puede aprender de las experiencias de los demás. 

Empecé a participar en todos los congresos, jornadas y formaciones que entonces se organizaban, y que, ante la enorme crecida de demanda de cursos de español que experimentaban nuestras escuelas, iban en aumento. Al principio como alumno, después como participante, luego como ponente, siempre como perpetuo aprendiente: Iniciación a la Enseñanza Comunicativa de idiomas, Introducción a la Sugestopedia, La voz del profesor, El profesor invisible, La comunicación interpersonal, La enseñanza intercultural… ¡Les debo tanto a tantos grandes profesionales! 

Una nueva oportunidad de crecer se me ofreció en 1992 como profesor visitante en la Clark University (Massachusetts, Estados Unidos) donde conocí otras formas de aprender y enseñar, otro continente, otras posibilidades, otro yo que seguir aprendiendo a enseñar. Y a mi vuelta a España, ser el director residente de los programas en el extranjero de las universidades americanas de Clark University, Alma College, Lansing College. 

En 1993 empecé a compaginar mis labores de profesor y coordinador académico, con mi papel de formador de profesores de forma casi permanente, una de mis actividades favoritas (pero pronto descubriría otra): profesor en el Máster Ele de la Universidad Complutense de Madrid (20 años), Universidad Internacional Menéndez Pelayo (11 años), Universidad Autónoma (10 años), Universidad de Deusto… Nunca se termina de aprender. 

Pero la vida me tenía reservada otra sorpresa en mi trayectoria profesional de la mano del mundo editorial: compartir con todos vosotros, profesionales de todas partes del mundo, experiencias didácticas e ideas con la publicación de libros, siempre ELE, y la participación en encuentros de profesores de español en el mundo. Autor y coautor (¿Qué mejor que trabajar en equipo?) del manual Planet@ ELE, del Diccionario Práctico de Gramática, del Cuaderno de actividades para adolescentes, de Pasaporte ELE… ¡Cuántos viajes y encuentros con profesores de Brasil, Canadá, Italia, Ucrania…! Y cuando los ordenadores se iban a colapsar causando una catástrofe mundial, enero de 2000, un nuevo reto se puso en mi camino, mi gran pasión: la edición, aprender editando de mis grandes autores y de sus propuestas, manuscritos, experiencias: Begoña Llovet y Matilde Cerrolaza, Concha Moreno, David Vargas, Encina Alonso, Enrique Melone y Claudia Jacobi, Francisca Castro, Francisco Matte Bon, Gordana Vranic, José Ramón Rodríguez y Miguel Ángel García, Laslov Sándor, María Ángeles Álvarez, Marisa de Prada, Patricia Santervás, Rocío Barrios, Vanessa Coto y Anna Turza… y, ¡cómo no!, mi Sara Tscharketian. ¡Qué suerte he tenido de poder aprender de tantos, de vosotros!

Entré así en el mundo editorial, en un mundo en el que unos profesionales hacen un esfuerzo enorme para compartir conmigo ideas, sueños, deseos, experiencias y esperanzas. He tenido y tengo la suerte de compartir esfuerzos con mis compañeras de Anaya Ele y de Edelsa: Mila Bodas y Sonia de Pedro, Alicia Iglesia, Marie Sodore y Pilar Justo. Juntos hemos editado manuales como Vente, Sueña, Experiencias o Instantes, libros de gramática como Curso de gramática o Gramática en contexto, cursos de cultura, de léxico, de reflexión didáctica… ¡Y tenemos tantos proyectos en marcha y tanto por hacer! 

Esta vez también he descubierto que puedo aportar algo de mi experiencia acumulada. Cuando alguna vez escucho que hay que hacer algo de una determinada manera porque siempre se ha hecho así, yo respondo que siempre lo hayamos hecho así solo significa una cosa, que siempre lo hemos hecho así, que no es eso mejor ni peor, solo siempre así, que se cierran la puerta a nuevos alcances. 

Hoy nos enfrentamos con ganas a nuevos retos por la incorporación de nuevas experiencias didácticas, nuevas formas de aprender y de enseñar y por ele mpuje ya imaprable de las tecnologías digitales de la comunicación y de la información. Siempre algo nuevo que apderender y descubrir. 

Tengo la sensación de que he tenido mucha suerte en mi vida, pues he conocido a tantos buenos profesionales. Me abristeis las puertas de vuestras escuelas, de vuestras aulas, de vuestros congresos. La mayor equivocación que he cometido en mi trayectoria profesional es creer una vez que a mí me pagaban por enseñar, pues en realidad lo que yo siempre hago es aprender. 

Han decidido premiar una trayectoria profesional sembrada de equivocaciones, ellos sabrán por qué, pero hoy, que redacto estas líneas, me permito aconsejaros a los más jóvenes que toméis decisiones y que no tengáis miedo a equivocaros, porque un error puede ser el principio de un gran éxito. Yo tengo un lema que me ha servido durante mi trayectoria personal y profesional: 

Si siempre haces lo mismo, siempre cometerás los mismos errores. 

Pues tomemos decisiones, equivoquémonos y aprendamos de nuestros errores. 

Yo no sé por qué me han dado este premio, creo que tengo la suerte de ser el encargado de haber recogido un premio compartido que nos lo dan a todos nosotros por tantos años de ELE. Muchísimas gracias a todos.

AUTOR 

Óscar Cerrolaza Gili – Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid en 1987. Profesor de español como lengua extranjera, jefe de estudios y director del Departamento de Español de Tándem, Escuela Internacional hasta 2000. Director residente para los estudiantes estadounidenses en Madrid para Clark University, Alma College y Rolling College. 

Formador de profesores en Cervantes, Escuela internacional (Málaga, 1990), para el Ministerio de Educación español, para los cursos máster de Especialistas de español/lengua extranjera de la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, para el curso de especialista de la Universidad Autónoma de Madrid, para la universidad de Deusto de Bilbao, para diferentes Institutos Cervantes en el mundo, en encuentros para profesores Ele de Málaga, ¡Sí! (Málaga 2007 y 2008), para algunos Centros de Recurso de la Embajada de España, en el V y en el VIII FONCEI (Málaga), así como para otras instituciones públicas y privadas. 

Ayudante de la coordinación del Proyecto de Autoformación del Profesorado (PAP) dentro del marco europeo de Lingua de Sócrates. 

Autor del manual Planet@, de ¿Cómo trabajar con libros de texto?, del Libro de ejercicios Chicos Chicas 4, de Diccionario práctico de la gramática y de Libro de ejercicios de Diccionario práctico de gramática y de Pasaporte ELE de la editorial Edelsa, así como de otros materiales didácticos. 

Editor en EDELSA de manuales (Eco, Meta ELE, Experiencias, Submarino, Colega, Chicos-Chicas, Código ELE) de libros de gramática (Gramática en contexto, Uso de la gramática, Competencia gramatical), de material de civilización y cultura (Curso de literatura, Historia del Arte, Épocas de España, Hablar por los codos), y colaborador en la editorial en el Departamento de Investigación Didáctica 

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